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A medida que el mundo se vuelve cada vez más interconectado y depende de la tecnología, una nueva ola de aplicaciones inteligentes está cambiando la forma en que se abordan las actividades más cotidianas.
Los dispositivos como los frigoríficos inteligentes, los asistentes personales como Alexa o las aplicaciones de seguridad inteligente para el hogar de Amazon crean oportunidades para una vida más eficiente.
Si bien las Smart cities se han propuesto como el futuro del urbanismo, la pregunta sigue siendo: ¿cómo se conecta esta nueva tecnología con la sociedad de manera «eficiente»?
El mercado global de las Smart Cities se espera que alcance los 717,2 mil millones de dólares para 2023, expandiéndose a una tasa compuesta anual del 18,4% de 2018 a 2025.
Actualmente, las ciudades más inteligentes del mundo son Nueva York, Singapur y San Francisco. Sin embargo, las ciudades chinas de Shenzhen, Pekín y la capital de Corea del Sur, Seúl, están compitiendo por superarlas. Y es que, solo China ya cuenta con más de 500 proyectos relacionados con las Smart cities, la mitad del total mundial.
Una de esas iniciativas ya está en marcha en la ciudad oriental de Nanjing, la cual colabora con la compañía de software SAP con sede en Alemania para crear un sistema de tráfico inteligente.
Max Claps, quien lidera el equipo de Future Cities de la compañía afirma que:
“Gracias a esta colaboración se están recopilando datos de taxis y autobuses (su ubicación de GPS, su velocidad), y junto a datos de cámaras de video, señales de tráfico, se ubican en un sistema de control de tráfico y se utilizan para tomar decisiones sobre obras viales, reencaminamiento de autobuses y desviación del tráfico, etc.»
Como todo el mundo sabe, el objetivo principal de las Smart cities es reunir infraestructura y tecnología para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y mejorar sus interacciones con el entorno urbano. Sin embargo, el primer paso es averiguar cómo pueden integrarse y usarse de manera efectiva los datos de áreas como el transporte público, los medidores de calidad del aire y la producción de energía.
El Internet de las cosas (IoT), podría tener algunas de las respuestas. Al crear una red de objetos capaces de realizar interacciones inteligentes, la puerta se abre a una amplia gama de innovaciones tecnológicas.
Las ciudades pueden identificar tanto las oportunidades como los desafíos en tiempo real, reduciendo los costes al identificar los problemas antes de su aparición y asignando los recursos con mayor precisión para maximizar el impacto.
Al invertir en espacios públicos, las ciudades inteligentes pueden ser lugares donde las personas quieren pasar más tiempo. La ciudad de Barcelona ha adoptado tecnologías inteligentes mediante la implementación de una red de fibra óptica en toda la ciudad, proporcionando Wi-Fi de alta velocidad gratuito que es compatible con IoT.
Al integrar la gestión inteligente del agua, la iluminación y el estacionamiento, Barcelona ahorró 75 millones de euros y creó 47.000 nuevos empleos en el sector de la tecnología inteligente.
A medida que la tecnología inteligente siga mejorando y los centros urbanos se expandan, ambos se interconectarán. Por ejemplo, Reino Unido tiene planes para integrar la tecnología inteligente en el desarrollo futuro y utilizar el Big Data para tomar mejores decisiones para mejorar la infraestructura del país, lo que supondrá un auge para la economía.
El potencial para mejorar varios aspectos de los sistemas de servicio público, así como la calidad de vida y la reducción de costes, ha impulsado la demanda de sistemas IoT por parte de las Smart Cities.
Al dar un paso hacia el futuro, se mejorará no solo la forma en que se interactua con el entorno general, sino también la forma en que las ciudades interactúan con sus habitantes, garantizando las mejores opciones de calidad de vida.
A pesar de los beneficios evidentes, los expertos advierten que, en todo el mundo, los ciudadanos no son conscientes del impacto que las iniciativas de ciudades inteligentes pueden tener en su privacidad personal.
Advierten que la tecnología inteligente también proporciona a los gobiernos y sus agencias de aplicación de la ley herramientas poderosas para monitorear a los ciudadanos, controlar su comportamiento y llevar la vigilancia a un nivel completamente nuevo.
Un caso que llama la atención es el de la ciudad-estado de Singapur, la cual se está esforzando en tener el primer plan de nación inteligente compuesto por más de 100.000 cámaras de CCTV en postes de luz, vinculadas al software de reconocimiento facial.
El gobierno afirma que se trata de una sistema que ayudará a atrapar a los infractores, a las personas que fuman en espacios prohibidos y a combatir otras actividades ilegales, entre otros delitos.
Sin embargo, este nuevo sistema colisiona con la privacidad de las personas y es que, cada vez más, la vigilancia se está produciendo no solo en áreas públicas, sino también en espacios privados. Por ejemplo, se han instalado sensores inalámbricos en hogares para ancianos en Singapur para monitorear los movimientos, los patrones de sueño e incluso el uso de los residentes en el baño.
Según la legislación vigente, a las agencias de aplicación de la ley en Singapur se les permite el acceso a los datos sin buscar la aprobación del tribunal o la consulta de los ciudadanos.
Actualmente, la ciudad-estado está asociada con la compañía de software francesa Dassault Systèmes para crear Virtual Singapore, un modelo y plataforma de ciudad en 3D que reúne todos los datos de la ciudad en tiempo real recopilados por los sensores y la cámara de la nación. Y permitirá al gobierno ampliar cualquier plano y escanearlo en busca de información: su tamaño, número de residentes, consumo de energía y más.
Hasta este momento, siempre se había hablado del efecto “Gran Hermano” en regímenes autoritarios, sin embargo, esta tendencia está cambiando. Ya que, incluso en los países democráticos donde las personas tienen el derecho de protestar y organizarse, la tecnología inteligente podría erosionar la capacidad de la gente para disentir.
Es cierto, que la tecnología digital reduce el coste de la vigilancia, lo que conlleva un aumento del desequilibrio de poder entre las personas y las corporaciones o el estado y su ojo vigilante todopoderoso.
Cada vez es más difícil proteger la privacidad en un mundo interconectado. Una forma de hacerlo es aumentar la transparencia, ofrecer capas de consentimiento y establecer reglas detalladas sobre la recopilación, el acceso y el uso de los datos. Aunque, es poco probable que este marco se convierta en una realidad en países más autoritarios.
Las preocupaciones sobre las utilidades inteligentes, diseñadas para generar información más precisa, van más allá del hecho de la posibilidad de rastrear el comportamiento de los habitantes.
Con sensores inteligentes y cámaras que detectan cada movimiento de los ciudadanos, y que recopilan grandes cantidades de datos, ¿qué sucederá si cae en las manos equivocadas, o los hackers secuestran la infraestructura inteligente?
Los ataques cibernéticos del pasado ilustran lo vulnerable que puede ser incluso la infraestructura de alta tecnología. Por ejemplo, los sistemas informáticos de un operador de una planta nuclear en Corea del Sur se rompieron en 2014. Aunque las autoridades insistieron en que no se filtraron datos críticos, el incidente provocó temores de seguridad.
También es preocupante que la mayoría de los gobiernos confíen en empresas privadas para realizar su visión inteligente. Ya que, las compañías privadas están sujetas a estrictos acuerdos de confidencialidad y términos de servicio y uso, que impiden que el cliente realice pruebas de penetración de terceros y tenga una idea de los riesgos reales
Por ello, es importante tener talento interno para redactar especificaciones detalladas de contratación pública y mantener el software a lo largo del tiempo. La actualización de los sistemas en un futuro debe de ser uno de los principales objetivos de los gobiernos, para evitar situaciones similares a la vivida en Gran Bretaña.
El ataque cibernético de Wannacry infectó a unas 200.000 computadoras en todo el mundo, incluidas las que pertenecen a los fideicomisos del Servicio Nacional de Salud de Gran Bretaña. Según una investigación el incidente podría haberse evitado si los fideicomisos hubieran mantenido actualizado el software.
El hackeo provocó la cancelación de más de 19.000 citas, lo que costó al NHS 20 millones de libras en cinco días y 72 millones en la posterior limpieza y actualización de sus sistemas de TI.
Aunque los expertos han hablado sobre los riesgos inherentes a las ciudades inteligentes, algunos argumentan que los habitantes aún no han mostrado firmemente su opinión sobre los problemas, en parte debido a la falta de consulta cuando se presentan estas iniciativas.
Las ciudades inteligentes tienen la capacidad de transformar las vidas de sus ciudadanos. Sin embargo, hay un lado oscuro en estas ciudades inteligentes que puede pasar desapercibido.
Las ciudades inteligentes están aprovechando tecnologías modernas como la inteligencia artificial y el IoT para eliminar varios problemas urbanos. Varias aplicaciones avanzadas muestran su potencial para reducir el tráfico, el consumo de energía, la contaminación, mejorar la seguridad y la participación ciudadana.
Sin embargo, junto con los múltiples beneficios, las ciudades inteligentes pueden presentar varios problemas, como la invasión de la privacidad, el consumo de energía y la poca seguridad de los datos. Tales problemas pueden tener repercusiones drásticas en el bienestar público y afectar negativamente a la confianza de los ciudadanos en el sistema.
Por ello, es importante que los gobiernos de las Smart cities, se alíen con compañías tecnológicas de confianza y desarrollen un enfoque eficaz para abordar las preocupaciones asociadas.
El hardware y el software necesarios deben ser auditados con frecuencia para mantener el rendimiento. Además, los desarrolladores tienen que lanzar regularmente actualizaciones de software para eliminar los errores y corregir las lagunas de seguridad.