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El altímetro barométrico marcaba 37000 pies, unos 11300 metros sobre el nivel del mar, de repente, logre divisar un ejemplar de Griffon de Rupell, volaba aún con margen, sin denotar un gran esfuerzo, cortaba el aire con las alas desplegadas en su totalidad.
En ese momento, reflexioné acerca de cómo se veía todo desde este lugar, desde estas alturas, todo parecía estar en paz, ser perfecto, todo parecía fluir en la más perfecta armonía. Seguramente este magnífico ejemplar y yo, compartíamos la misma sensación, percibíamos todo en un inmejorable equilibrio.
Hacia algunos minutos que el proceso de descenso había comenzado, íbamos perdiendo altura gradualmente, las primeras nubes iban apareciendo, ya se veían algo densas y tengo que reconocer que, a esta nueva altura y ante este nuevo escenario, la sensación de armonía había comenzado a desvanecerse.
Continuaban las maniobras de descenso durante algunos minutos, luego, casi sin darnos cuenta y en un abrir y cerrar de ojos, una tormenta eléctrica nos envolvía. Era de intensidad media, pero suficiente como para que al fuselaje entero le fuera imposible ignorar su existencia. Cuando al fin salimos de ella pudimos recuperar un poco la sensación de serenidad.
Habían transcurrido poco más de 20 minutos, en este momento se divisaba ya el aeropuerto. En tierra los vientos soplaban con tal fuerza que era imposible pensar en un aterrizaje normal, pero con la asistencia de la torre de control, el mismo pudo realizarse.
Entendimos que la dificultad estaba dada porque los vientos soplaban justo en contra de la aeronave, los motores se exigían al máximo para contrarrestar a esta fuerza natural. Y con eso, gracias a la destreza del piloto y algo de suerte, lo logramos. Para ello el avión sólo utilizó un 1/6 de la pista que hubiese sido requerida en situaciones climáticas normales. Prácticamente apenas se recorrió el trazado.
En tierra, desayuno mediante y ya con plena tranquilidad, comencé a reflexionar acerca de ese acontecimiento. En lo alto todo era calma y difícilmente podía verse la tormenta que había debajo.
Lo mismo ocurre en el ámbito empresarial. A veces, solemos quedarnos con la sensación de paz y armonía que se tiene desde la vista privilegiada, desde la altura provista por un rol jerárquico o desde la hermeticidad de una oficina. Y creemos que todo está perfecto, que prácticamente no hay siquiera alguna oportunidad de mejora. Hay claramente una desconexión fuerte con lo que sucede en tierra. A medida que recuperamos la capacidad de descender, empezamos a notar las tormentas existentes que antes no percibíamos, es más, que ni siquiera sabíamos que existían.
Si llegásemos a ser aún más valientes y decidiéramos descender aún más, podríamos incluso darnos cuenta de que, en las actuales condiciones, no es posible siquiera alcanzar el destino trazado, ni siquiera están las condiciones para llegar al objetivo que alguna vez fue planificado.
Es cierto que, a mayor jerarquía, mayor visión estratégica se necesita, pero a su vez, saber lo que pasa en tierra, lo que pasa en la base y en los "medios" de la organización sobre todo en los tiempos que corren es también un requisito estratégico.
Ese conocimiento no solamente le permitirá aterrizar, sino también despegar a su organización cuando sea necesario.